Fòrum Grama, abril 2002

[dropcaps type=’normal’ font_size=’62’ color=’#303030′ background_color=” border_color=”]E[/dropcaps]n Sant Cugat se apuntalaron lo justo para acercarse a Barcelona. Otros meses en el Carmelo, en el piso de una prima que a última hora anuló la boda. Empezó la búsqueda de trabajo.

– Un día le dije a José que en la plaza de Catalunya vi un anuncio solicitando peones.

– Bajamos del Carmelo andando. “¿Ves? -me dijo Lourdes-: Aquel cartel!” ¡Ponía “Paso de peatones!”.

– Y yo qué sabía qué eran los peatones, pensé que quería decir peones.

El padre de Lourdes compró un piso en Barcelona y la pareja fue con él.

– ¡Fue una estafa! El piso no tenía ni agua, ni luz, ni suelo…

Pero pudieron ahorrar dinero. José trabajaba de mecánico, se casaron y adquirieron un piso en Santa Coloma, en el barrio de la Colina (propiamente en el término de Badalona), donde viven. José entró de chófer en la célebre y popular TUSA, el autobús que reseguía con sus viajes los barrios de Badalona y Santa Coloma. Ahora, un hijo suyo también es tusero.

– Hemos tenido cuatro hijos, tres chicas y un chico.

En la sala comedor donde charlamos lucen las fotos de las niñas, coronadas las cabezas con sendos birretes.

– Dos son enfermeras, la otra pedagoga.

– ¿Y el chico?

– Hizo electrónica pero no le gustan los estudios.

Me pasan un videodocumental sobre las Alpujarras. Me entero que hay la Alpujarra Baja, que da al mar, la Media, donde se producen unos vinos según ellos excelentes, en unas condiciones geográficas y climatológicas parecidas a nuestro Priorato, y la Alpujarra Alta, la que desciende de las lomas del Mulhacé, donde se halla Buquistar, el pueblo de mis amigos José y Lourdes, que hace muchos años visité con mossèn Galbany.

– ¿Qué añoro? ¡La tranquilidad!, me dice José. Y añade: “Voy a la fuente. Al poco llega el primo Antonio con burro. Se detiene a charlar. Llega otro vecino con la cabra… Yo miro el reloj. El primo me espeta: “¡Cómo se nota que venís de Barcelona, siempre con prisas!”

– En Santa Coloma hay mucha gente -añade Lourdes- pero te encuentras sola. Allí todos nos conocemos.

Busquístar. En primer término una hija y una sobrina de José Álvarez. Busquístar se asienta en la falda de la sierra, muy cerca del Mulhaén, la cumbre más alta de la Península. Las elevaciones de la foto pertenecen a la sierra del Conjuro, donde se hallan las minas de hierro, en las que José trabajó de los 15 a los 20 años. El pueblo vivía del campo y del ganado. El padre de Lourdes era practicante. «Vimos mucha pobreza, mi padre ponía gratis las inyecciones. Muchos enfermos no podían pagar las medicinas…».

Cuando Lourdes dejó Busquístar tenía 15 años. No le costó venir porque viajó con la familia entera. Aunque en el pueblo se lo pasaba bien.

– Como que era muy alegre me metía en todo lo que se hacía. Cada día iba al campo, a llevar la comida a los hombres. Y bajaba al barranco, a la poza, a lavar la ropa. Cuando tocaba sacar la hoja al maíz allí iba yo, si se asaban las castañas allí estaba y si era tiempo de las matanzas, en medio andaba metida. Y cuando se hacían bailes, bailaba…

– ¿Ibas a la iglesia?

– No mucho, no tanto como José…

– Yo sí iba. Cuando murió mi padre el cura, Don Joaquín, me cogió como si fuese hijo suyo. He aprendido mucho de él.

– ¿Te divertías en el pueblo?

– Lo pasábamos bien. Íbamos de excursión, bajábamos al río a bañarnos…

– Eso vosotros; las chicas nunca íbamos. Pero jugábamos con cualquier cosa. Aun guardo un montón de piedras que eran piezas de nuestros juegos.

Confiesan que es ahora cuando aprecian mejor la belleza de aquellos parajes.

– Añoramos el paisaje, ¡la nieve!, sentir el canto de los pájaros.

José aun recuerda algunos nombres:

– El cagarrope, la totovía, el colorín…

– ¡Y el gorrión!


PERFIL 

José y Lourdes un buen día montaron en un turismo y por 500 pesetas vinieron de Pitres a Barcelona. “Nueve personas, una encima de otra -explica José. Yo no me hubiese venido; tenía trabajo en las minas. Pero al venirse la familia de Lourdes me añadí al grupo”. Llevaba tiempo cortejando a su vecina. “El cochero nos dejó en la plaza de Espanya, nosotros debíamos ir a Sant Cugat y no teníamos ni idea de cómo ir. Me acerqué a un guardia urbano y le pregunté. Él paró un taxi y le indicó la dirección. ¡El taxista nos cobró 500 pesetas!, tantas como las que pagamos por venir de las Alpujarras. “Fue la primera estafa que nos hicieron”, se exclama José. Era el año 1961.

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