Odei Antxustegi Etxearte
Fòrum Grama, febrer 2004

[dropcaps type=’normal’ font_size=’62’ color=’#303030′ background_color=” border_color=”]L[/dropcaps]a gran ilusión de Ginés Fernández es el cine. Ha pasado la mayor parte de su vida haciendo de operador de cinematógrafo; moviendo fotogramas en las cabinas oscuras, disparando el chorro de luz que da vida a las pantallas de las salas. Vivió los añorados tiempos en que Santa Coloma estaba plagada de cines desde dentro, pasando las películas con sus manos.

“Ahora la gente va menos al cine”, cuenta Ginés. “Pero con las multisalas se ha ganado mucho…” Él ya no proyecta; dedica su tiempo libre de jubilado a coleccionar carteles y todo tipo de artilugios relacionados con el cine que guarda en un pequeño cuarto que da al patio de su casa. El ordenador de su despacho es otro de sus tesoros: allí tiene almacenado un libro que escribió hace tiempo y una cantidad incalculable de fichas y sinopsis de películas de todo tipo.

Además de ser el vicepresidente del Cine-Club Santa Coloma y de colaborar con el Museu del Cinema y la Federació Catalana de Cine-Club, entre muchas otras organizaciones, Ginés asiste a todos los seminarios y festivales cinematográficos que puede. De tanto en cuanto, además, mata “el gusanillo” -como él dice- yendo al Teatre Sagarra. Limpia y cuida las máquinas de una cabina que el Ayuntamiento compró a su gusto.

– Mi afición al cine empezó en mi pueblo, en Caravaca. Había un cine-teatro en mi barrio. Yo tenía menos de 14 años y me colaba pero, en vez de entrar a ver la película, me iba hacia la cabina y me quedaba viendo cómo giraba el rollo. Lo llevaba en la sangre: mi padre era paleta pero hacía sus pinitos en pase de películas mudas.

– En aquella época, además, había censura.

– Sí, se quitaba hasta un simple beso. La censura miraba las películas y a nosotros nos llegaban ya cortadas desde Barcelona.

– Proyectar era peligroso, ¿no?

– Claro, porque las películas en aquellos tiempos eran pólvora y se incendiaban fácilmente. Había dos carbones y la luz era rectificada, continua. Cuando se quemaban los carbones se retorcían y echaban llamas para un lado y para el otro. Mientras la película corría a una emisión de fotografía 24 por segundo no podía quemarse pero, si se paraba, sí. Así que nadie podía subir a la cabina mientras se proyectaba la película, ni siquiera el empresario. Si se quemaba algo era responsabilidad del operador.

– ¿Le pasó alguna vez?

– En el cine Artigas de Badalona varias veces, y también en La Salud.

– ¿Cuándo empezó a trabajar en Santa Coloma?

– Al inaugurarse el cine Lux, que estaba en la calle Jacinto Verdaguer. Serían los años sesenta. Me metía a las tres y media de la tarde en la cabina y no salía hasta la una de la madrugada. No tenía casi contacto con nada.

Ginés con un bombo de película. Foto: JPS

 – ¿Cómo era el Lux?

– Muy sencillo: con sólo una planta y 1.100 butacas. La pantalla estaba en una esquina y los asientos se abrían en abanico. Era muy bonito, no tenía que haber desaparecido. También recuerdo que en el 61 se inauguró el cine Goya. Yo entonces me había ido a Alemania a ver si encontraba trabajo en un cine, pero la situación estaba peor que aquí y decidí volver.

– ¿Qué tenían de distinto aquellos cines?

– A parte de la tecnología de las cabinas, la taquillera y el acomodador cobraban propinas y había dos sillas reservadas para las autoridades. Era obligatorio. Tenían que estar por ley. Si no, te podían multar. Llevaban una cadena y todo para que nadie se sentara. Yo nunca vi que las ocupara nadie; era simbólico.

– ¿Tenía o tiene alguna actriz favorita?

– Liz Taylor. Era mi novia platónica. Por eso, a una de mis hijas, le puse Elisabet.

– ¿Y algún actor predilecto?

– Gary Cooper. Aunque para mí, el cineasta es el director. Algunas veces he ido a algún rodaje y he visto que los actores no saben, que el realmente importante es el director.

– Y el mejor para usted es…

– Woody Allen. De los de antes, John Ford. Hay muchos directores buenos, según el género.

– ¿Qué público es el mejor?

– Todos: tanto las personas mayores, como los niños. Antes se hacían sesiones matinales de cine, de películas de golpes, todos los domingos a cinco pesetas.

– Esos tiempos ya han pasado. Ahora ya no hay cines en Santa Coloma.

– No…

– ¿Por qué?

– ¡¿Ah?! Yo me hubiera jubilado en el cine. Lo peor que he hecho en mi vida fue dejar este mundo para entrar en el Ayuntamiento. Esperé durante años volver a trabajar en el Sagarra como operador, pero el momento nunca llegó.

– También ha escrito un libro, ¿verdad?

– Hace tiempo que está preparado, pero a pesar de las promesas del Ayuntamiento nunca me lo han publicado y llegó un día en que me desilusioné. Hablo del cine en Catalunya y en Santa Coloma, de todos los pases que se hacían aquí…

– ¿Ha hecho cine alguna vez?

– No. ¡No soy muy bueno! Je, je… Sólo he filmado cosas de casa con la superé y alguna vez he hecho de extra.

– ¿Volverá a trabajar de operador?

– No. Ya tengo 67 años y participo en muchas otras actividades. Después de todo, estoy bien así.

– Confiese: ¿Cuál es el morbo del cine?

– No lo sabría decir. Es un gusanillo, una pasión. Los que estamos en el mundo del cine, lo sentimos.

– ¿Es el público, la máquina, los actores?

– No lo sé… Es que tú estás haciendo algo para que los demás disfruten, para que les guste. Antes te exponías a que te gritaran y te llamaran de todo si había algún fallo. También era la responsabilidad que tenías, que había mucho público… Ahora, siempre que entro en una sala para ver una película, al sentarme, me giro hacia atrás y miro la cabina. No lo puedo evitar.

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