Portada del libro, con diseño y dibujo de Olmo, el hijo artista de Malena

Elena Carracelas Portela nació en Donostia, Euskadi, en 1949, pero fue casi por casualidad. Sus padres estuvieron en Euskadi poco tiempo, y enseguida –ella tenía tres meses– regresaron a la ciudad de A Coruña. Allí vivió hasta principios de los setenta, cuando, necesitada de tomar las riendas de su vida, marchó primero a Navarra, con el propósito de hacerse monja –fracasó en el intento, pues la consideraron “no apta para la vida religiosa”– y después al barrio de El Fondo, de Santa Coloma de Gramenet.

Malena, que así la conocimos y llamamos en esos años setenta en que vivió en Fondo Alto, reside ahora en Vigo, aunque mantine viva y activa la amistad forjada en los años en que vivió entre nosotros. Prueba de lo que decimos es que en el libro de memorias personales que se ha autoeditado para legar su historia a los miembros de su familia, titulado “Somos del Noroeste”, dedica un capítulo entero a evocar los años que pasó en el barrio colomense, en los que forjó amistades que le han perdurado para siempre.

Jaume Sayrach ha elogiado ya en su bloc Capvespre el acierto de Malena de dejar constancia a sus amigos y familiares de los años vividos, de su experiencia vital. El libro es de una gran calidad literaria, narrado sin artificio alguno, con una sinceridad transparente y un dolor contenido. Real.

Hemos pedido a Malena que nos permita reproducir aquí el capítulo XXVIII, en el que narra los años que pasó en el barrio, y en el que evoca el ambiente de la Santa Coloma de entonces, en particular del barrio del Fondo

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A los dos o tres meses elegí Barcelona como destino, atraída por su condición de ser puerto de mar y estar en posesión de una cultura y lengua propias. En aquel momento existía en Galicia un creciente auge reivindicativo de “lo gallego”, yo simpatizaba con ese movimiento.

En A Coruña subí en el tren llamado Shangai bautizado así en los años cincuenta del siglo XX en referencia a la película Shangai Express desarrollada en un tren de largo recorrido donde ocurren todo tipo de situaciones y contrariedades. El Shangai hacía el trayecto Vigo – A Coruña – Barcelona en veinte y seis largas horas, repleto de soldados y emigrantes portando sus exiguas pertenencias. No hablaban otra lengua que el gallego, me preguntaba cómo se las arreglarían con el idioma en las extrañas ciudades europeas.

Aún no comprendo cómo fui a dar con esa familia del barrio más rico del norte de Barcelona llamado Pedralbes. Una pareja joven, padres de tres niñas me aceptaron como institutriz a tiempo completo en su casa. Una solución urgente puesto que no tenía donde instalarme ni dinero para pagar la más mísera pensión. En la mesa del salón debajo de un cristal lucían varias fotos de la pareja y el rey Juan Carlos participando en una cacería. Mostraban orgullosos las cornamentas de los ciervos abatidos. Eso me dio la medida del alto estatus de sus componentes. Aguanté dos semanas. Imposible adaptarme a un ambiente protocolario y rígido, a mi asombro ante el lujo excesivo. Venía de un largo aprendizaje sobre la pobreza en el mundo.

Ignoro como a mi amiga catalana Marisa que había conocido en el piso de Pamplona se le ocurrió que yo podría encajar en ese trabajo. Fue la solución inmediata que encontró y se lo agradecí.

Marisa Frejo

En el barrio de Singuerlín, en Santa Coloma de Gramenet residían en la comunidad de las Hermanas de la Sagrada Familia, mis amigas Chelo y Marisa. Ellas me indicaron los pasos exactos que me llevarían a la Clínica Alianza de Barcelona a buscar empleo como auxiliar de enfermería. Era el mes de julio y precisaban decenas de sustitutas para cubrir vacaciones. Comencé mi trabajo al día siguiente en turno de mañana. Durante tres meses entraría cada día en el hermoso edificio modernista de la clínica Alianza. Con las propinas que acostumbraban a dar costeé el almuerzo que servían en el mismo centro por la pequeña suma de treinta pesetas y cubrí el abono de la residencia para chicas que encontré en algún lugar olvidado de Barcelona.

Los días libres acudía a visitar a mis amigas de Santa Coloma. En el mes de octubre Marisa Frejo y Chelo Sánchez abandonaron para siempre el grupo religioso que no supo gestionar el anhelo de las jóvenes de poner en práctica la formación recibida sobre compromiso social, desigualdad y pobreza.

Marisa se estableció en Barcelona. Entró a trabajar en la prestigiosa clínica Puigvert especializada en urología y nefrología, mientras estudiaba enfermería en l’Hospital Clinic. En ocasiones nos encontrábamos las tres en algún punto de Barcelona. Con su arrolladora vitalidad Marisa nos hizo reír siempre. En uno de los encuentros apareció con el pelo rapado y una alta cresta de color verde. Divertida, audaz y sorprendente. Hace años que perdimos su paradero.

Atraída por el movimiento cultural y reivindicativo que agitaba Santa Coloma, me uní a Chelo y a la amiga María José y alquilamos un piso en el barrio de Santa Rosa. Trabajé en el servicio social de la Generalitat para el cuidado en casa de personas mayores, en Barcelona, trabajo bien remunerado, aunque intermitente y me matriculé de quinto de bachiller en horario de tarde en el instituto de la ciudad.

Para mi sorpresa, inauguran la Escuela de Enfermería dependiente de la Universidad Autónoma que tendría su sede en el Ambulatorio de Santa Coloma. Me presento al examen de acceso. Apruebo, debo renunciar a las clases del instituto. Era el año 1974, tenía veinticinco años.

Malena, en el centro, con miembros de la familia Tarragó, comerciantes de El Fondo

Caminando por calles estrechas y casas bajas, fui feliz vagando entre el bullicio de la gente, las voces emitidas desde los mercadillos y desde camiones de venta ambulante. Aceitunas, queso, aceite, artículos en su mayoría andaluces igual que sus dueños. Un mundo nuevo de un color desconocido. Abierta a todos los estímulos que ofrecía la ciudad, absorbía lo que veía y asimilaba lo que me contaban, como si hubiera estado allí participando de sus conocimientos y de sus vivencias. Se grabarían en mi memoria para siempre. Me hablaron con orgullo de las luchas del movimiento vecinal en plena dictadura y su principal conquista, la construcción del ambulatorio, tras varias movilizaciones mayoritarias bajo las porras y pelotas de goma de la policía. Dotado de consultas de especialidades y maternidad, trabajaría y haría prácticas en el ambulatorio desde el inicio hasta el final de mis estudios de enfermería.

En su época dorada de adolescencia y juventud, mis amigos integrados en la JOC (Juventud Obrera Católica) disfrutaron de la amistad, excursiones a la montaña, reflexiones y debates sobre temas que emergían, y que era imposible reprimir, en una sociedad que se abría paso a las nuevas corrientes de cambio a finales de los años sesenta del siglo XX. En esa convivencia surgieron parejas de enamorados que acabarían casándose y futuros militantes de partidos como OIC (organización de izquierda comunista) PSUC (partido socialista unificado de Cataluña) de ideología comunista, y otros.

Santa Coloma limita al oeste con Barcelona y se comunica con la ciudad a través del puente sobre el río Besós. Fue durante años un pueblo tranquilo rodeado de campos y masías, lugar de veraneo de familias trabajadoras cuyo poder adquisitivo les permitía construir sencillas casas con un pequeño huerto o jardín donde descansar vacaciones y fines de semana. En los años sesenta y setenta del pasado siglo afluyeron en aluvión inmigrantes, en su mayoría, campesinos andaluces y extremeños que pasaron a formar parte de la clase obrera barcelonesa. La llegada masiva de gente de tan distinta procedencia produjo un choque de culturas entre los recién llegados y la población autóctona que asistió con asombro a la transformación de los campos en suburbios de calles sin asfaltar y pequeñas casas apiñadas construidas por los mismos inmigrantes. Los barrios carecían de servicios fundamentales y básicos como guarderías, farmacias, zonas verdes y hubo que ganarlos a base de reivindicaciones arriesgadas. Santa Coloma atrajo a su ámbito a todo el espectro de partidos políticos de la izquierda asentados en Cataluña.

En el otoño que me instalé en la ciudad, encontré un movimiento ciudadano pujante y vital que se vertebraba alrededor de las modestas iglesias de los barrios cuyos párrocos eran los nuevos “curas obreros”. En ellas se realizaban asambleas y reuniones de partidos políticos, y vecinales. Proclamaban una iglesia entrelazada con la gente.

Me integré en el barrio del Fondo, en principio seducida por su fisonomía que evocaba en mí el espacio de un pequeño pueblo; el mercado, la modesta iglesia, la Plaza del Reloj. Mi intuición me condujo a territorios más certeros. Allí encontraría los mejores amigos que tendría jamás. Conocí la amistad en el más alto grado, la solidaridad, el batallar por un mundo mejor. Me acogieron, me quisieron y me enseñaron.

Malena, en el centro, con una piruleta, en el pasacalles conmemorativo del nacimiento de la asociación de vecinos del Fondo, en 1976

Participé en las manifestaciones y reivindicaciones, tanto locales como las organizadas en Barcelona. En una convocatoria de Primero de Mayo, caminando por la Gran Vía barcelonesa, una pareja de policías se abalanzó sobre mí, me tiró al suelo. Los glúteos, al contacto con las porras tomaron la forma de barras paralelas. Al día siguiente vecinos del Fondo quisieron ver mis posaderas moradas e hinchadas por los golpes. A riesgo de infección tenía que verme un médico. Bajo la amenaza de calificarme como roja o revolucionaria, no podía ser cualquiera. Al fin fui atendida en el ambulatorio por el Dr. Carles Mas, mi profesor en la Escuela de Enfermería y afiliado al PSC.

En compañía de los amigos y vecinos participé en la divertida manifestación festiva por las calles del Fondo anunciando la creación de la Asociación de Vecinos del barrio. Santi hizo de animador excepcional.

Cada día los colomenses sufríamos un auténtico suplicio al intentar llegar a nuestros puestos de trabajo en Barcelona. El puente sobre el río Besós construido en 1913 separaba los dos municipios y se había quedado estrecho. Los autobuses tardaban alrededor de treinta o cuarenta minutos en cruzar el puente y acercar a los usuarios hasta la estación del Metro de Torras i Bages ya en tierras barcelonesas.

Una tarde de verano, en compañía de la amiga Virtudes esperaba el bus en el barrio de Sant Andreu de vuelta a casa. Habíamos consumido la mayor parte del tiempo caminando por calles de Barcelona y habíamos subido a la interminable Línea Uno del Metro. El calor, la caminata, la larga espera hizo que el bus nos encontrara exhaustas.

Venía lleno de trabajadores de regreso a sus casas al acabar la jornada laboral. De pie, próximas a la puerta de salida, la inercia del cansancio nos llevó a comenzar la canción del puente, absortas en la nada.

“La otra tarde pasé por el puente
por el puente de Santa Coloma
y me puse a pensar seriamente
lo de santa debe de ser broma…
[luego el estribillo]

Mi corazón solo piensa en la caravana
Mi corazón no descansa ni estando en la cama
Mi corazón feliz sería cada mañana
Si para ir a trabajar no tuviera que hacer caravana”

Un vecino apodado el Niño de la Pera versionaba canciones populares en la época. La música del Puente está recogida de Lola del Alba,de Manolo Escobar.

En el año 1976 se convocó una manifestación con respuesta masiva de los ciudadanos. Recorrió las calles hasta concentrarse en el puente. Batalla campal entre vecinos y policías. Abandoné el puente en compañía de mis amigos en el momento que, al rematar la manifestación, un grupo de jóvenes radicales y enfadados incendiaron un autobús y la tensión no dejaba de crecer.

En la actualidad Santa Coloma está comunicada por carretera con Barcelona a través del antiguo Puente Viejo sobre el río Besós y el llamado Can Peixauet construido en el año 1992. Además la ciudad cuenta con dos líneas de metro.

No faltaba el divertimento en restaurantes de Barcelona, en sesiones de cine y teatro, los paseos por la Rambla, espacio de encuentro, de debates y de expresiones artísticas revolucionarias y provocativas como las de Ocaña, extravagante, andaluz y pintor, y su amigo Nazario, dibujante. Exhibían con descaro y regocijo su identidad sexual y demandaban los derechos del colectivo gay.

Asistí invitada por mi amiga Mercè Roig y su marido Josep Tordera al emocionante concierto de Lluís Llach en el Palacio de Deportes de Montjuic en enero de 1976. A dos meses de la muerte de Franco, escuchamos el recital, sobrecogidos y gritando con furor la palabra libertad, con la llama de los mecheros encendidos, conocedores de que el recinto permanecía en su exterior acordonado por un nutrido número de policías. Asistió todo el elenco de las fuerzas políticas, aunadas en el mismo deseo de libertad y democracia.

Varios amigos militaban en partidos de izquierda como la OIC y no entendían mi negativa a afiliarme. Lo que nunca les dije es que tenía pánico a las noches de reparto de octavillas del partido en los andenes del metro, o en las calles de Barcelona. Miedo a la clandestinidad y al riesgo añadido que suponía vivir en la cuerda floja. Además, me atraía mucho el movimiento cívico, el contacto con la gente, las pequeñas conquistas ciudadanas.

Nati, Jaume i Isabel, en la puerta de la parroquia del Fondo

Mi amiga Nati y su hermana Isabel fueron detenidas en el valiente acto del reparto de panfletos del partido al que pertenecían. Sufrieron cárcel, y Nati, desde entonces, padece problemas en los oídos a causa de las palizas recibidas. Fueron indultadas en el mes de noviembre de 1975 a los pocos días de la muerte del dictador, con motivo de la proclamación de Juan Carlos como rey de España. No llegaron a cumplir la pena impuesta de dos años. Afortunadamente el encierro duró unos meses.

Paradójicamente me afilié al partido ORT sin implantación en Santa Coloma, ya muerto Franco. No recuerdo de qué manera hice amistad con un grupo de jóvenes universitarios chicos y chicas navarros, vascos y gallegos. Vivían juntos en el centro de Barcelona y eran miembros activos de la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores). Pronto sufrí de desencanto al asistir a asambleas y reuniones. Pretendían organizar una huelga general que paralizara la ciudad de Barcelona y su entorno. A mi entender no existían condiciones sociales propicias, La población esperaba expectante el final de la dictadura y lo que depararía el porvenir incierto. Así acabó mi contacto en un partido político y no volvería a repetirse jamás.

Jaume Sayrach lideraba la parroquia del Fondo. Acercó la iglesia a los residentes del barrio pertenecientes, en su mayoría, a la clase obrera, convirtiéndola en una especie de “casa del pueblo”. En su recinto se celebraban, además de sencillas y peculiares bodas y bautizos, deliberaciones clandestinas de miembros de partidos políticos, asambleas y reuniones con distintos fines, siempre en la línea de trabajo comunitario.

Dinamizador social, culto, creador de numerosas iniciativas en la ciudad y su puesta en marcha, director de la prestigiosa revista Grama donde colaboraban jóvenes residentes en diferentes barrios. De allí salieron el periodista Eugeni Madueño y Agustina Rico, catedrática de Lengua y Literatura catalanas colaboradora en diferentes diarios barceloneses y escritora de varios libros sobre diversos aspectos de Santa Coloma. Los temas de la revista versaban sobre asuntos globales y cuestiones locales, bien tratados, dinámicos y amenos. Cada mes esperábamos con alegre impaciencia la llegada del nuevo ejemplar.

En aquel tiempo fuimos amigos cercanos de Jaume. Potenció las relaciones de unos con otros y nos enriqueció con sus conocimientos y sus ideas. Nos encontramos numerosas veces en las casas de los amigos Feli y Santi, Lali y Manolo, Conxita y Oriol, Virtudes y Andrés, disfrutando de la amistad y de conversaciones interminables.

De pie, Jaume-P. Saryrach y Josep Villegas. Sentadas, de izquierda a derecha: Emiliana Salinas (con barretina), Malena Carracelas, Loli y Salud Peralta… y a la derecha, con gafas, Oriol Badia

En ocasiones, algunos discrepamos y discutimos con él, creándose situaciones embarazosas. El afecto siempre ganó la partida.

Años más tarde Sayrach dejó la iglesia y dio el paso a la política. Fue concejal de urbanismo en el ayuntamiento en las primeras elecciones democráticas de 1979 en las listas del PSUC sin vinculación al partido. Ayudó a humanizar la ciudad con la plantación de árboles y una renovación progresiva de Santa Coloma que no pararía más. Su amigo Lulis Hernández, asentado en el barrio de Les Oliveres,número uno en las mismas listas, sería el primer alcalde democrático de la ciudad. Su fama de “cura rojo” suscitaría controversias en diversos medios, sobre todo los eclésiásticos.

En el año 2019 acudí al homenaje que le brindaron los ciudadanos colomenses a Jaume en su noventa cumpleaños, lúcido y claro como siempre. Recientemente ingresó en una residencia. Recibe perfectos cuidados y mantiene su autonomía e imagino que seguirá escribiendo su dietario cuyos contenidos pasan a ser recopilados en interesantes libros.

No puedo por menos que nombrar con todo mi cariño a los amigos que me acompañaron en aquella etapa y continúan haciéndolo. Desde aquí mi homenaje.

Nati, su hermana Isabel y su marido Jordi, sus hijas Isana y Alba. Angélica, Santi y Feli, sus hijas Eva y Elena, mi ahijada. Paqui y Alfonso, sus hijos Jordi e Irene. Lali y Manolo, Virtudes y Andrés, que volvieron a su tierra en Madrigal de la Vera, Cáceres, Emiliana, Maruja, Conxita y Oriol, Mercé, Chelo y Salva y otros muchos que sin mantener contacto nos alegramos siempre que nos vemos.

Y por supuesto el estimado y apreciado Jaume Sayrach.

Algunos ya no están aquí.

Lalita y Manolo regresaron a Ponte Caldelas, Pontevedra. Lali falleció en su tierra rodeada de su familia. Sus hijos David y Montserrat eran aún de corta edad.

Oriol parecía recuperado de su enfermedad cuando le sobrevino la recaída fatal.

En el mes de julio de 1990 me encontraba angustiada, unida a un respirador artificial recién intervenida de una patología cardíaca en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid. Desconozco la razón por la que pensé intensamente en mi amigo Oriol. Una vez recuperada me dirían que en aquellos precisos instantes Oriol se despedía de la vida en su casa de Vilafranca del Penedés.

Andrés Castaño y Virtudes Senra, en Madrigal de la Vera

Se fueron también Jordi y Virtudes.

Y mi querida amiga Feli. La enfermedad apareció de manera súbita mientras visitaba Cuba en compañía de su marido Santi.

Me escribió, me llamó varias veces haciéndome partícipe de su estado.

Cerré mi mente a aceptar la gravedad de la enfermedad. Ella se iba y yo me negaba a creerlo y, lo peor, a visitarla, a verla por última vez. Cuando quise hacerlo ya era tarde. No llegué a tiempo de despedirme. Lo lamenté muchísimo y continúo lamentándolo. Tenía cuarenta y seis años, los mismos que yo. Nacimos el mismo año con un mes de diferencia.

Familiares, amigos, compañeros de trabajo reunidos en una espaciosa sala del tanatorio de Collserola, le dedicaron una bella y emotiva despedida. Su recuerdo se nutre de ternura y de nostalgia por ella.

Algunos amigos dejaron Santa Coloma buscando mejores viviendas y mayor calidad de vida. Paqui y Alfonso, Feli y Santi, Isabelilla y José María se afincaron en Premià de Mar; Nati, en el centro de Barcelona; Conxita y Oriol, en Sant Boi primero y más tarde en Vilafranca del Penedés.

La escuela de enfermería, otro espacio de libertad, amistad y disfrute. La dirección mantenía una línea abierta en muchas áreas. Favorecieron que compaginara los estudios con el trabajo adecuando los horarios de la realización de las prácticas obligatorias. Concedieron el aprobado general en las asignaturas de religión, ejercicio físico y política nacional. Era obligatorio acudir a las clases que impartían profesoras afínes al Movimiento enviadas por las autoridades dependientes del Ministerio de Educación. Todavía vivía Franco.

En las clases hice mis pinitos en la lengua catalana, algo que agradecían mis compañeras, en su mayoría de origen catalán residentes en Barcelona. 

Mercè Roig vivía en el barrio del Centro, de Santa Coloma, en una calle próxima a la Plaza de la Vila y al Ayuntamiento, punto neurálgico de la ciudad. Allí se asentaba el núcleo de vecinos catalanes desde antiguo. Compañera de clase, estudiábamos juntas en su casa. Conocí a su familia. Su madre, entrañable conversadora, hablaba catalán y yo castellano, nos entendíamos y nos tuvimos gran afecto. Su marido, Josep Tordera, al cual por motivos de trabajo veía poco y su linda niña de dos años llamada Laia.

Mercè hizo todo lo posible para que fuera su amiga. Yo, indiferente, me resistía, tal vez la veía guapa, atractiva, vestida con estilo, mientras yo, sin dinero, hacía tiempo que había perdido el buen gusto por la ropa. Compraba en los mercadillos, no quiero imaginar el aspecto que lucía en aquellos tiempos. Mercè ganó y desde entonces, aunque vivimos lejos una de la otra, se puede decir que somos “amigas inseparables”.

Nuria Pugés fue compañera de estudios y nuestra amiga. después le perdimos la pista. Hace unos años Mercè la rescató. Fuimos a visitarla al pueblo donde reside en Montoire-sur-le Loire en el centro de Francia. Visitamos los Castillos del Loira.

En el año 2019 las tres hicimos un recorrido por la costa gallega hasta Fisterra en un caluroso mes de septiembre.

La carrera se terminó en 1977, año de las primeras elecciones generales en España. Con la llegada de la democracia algunos intuimos que el movimiento reivindicativo y lo que comportaba llegaba a su fin. Pensé que si encontraba empleo en Barcelona no volvería a Galicia. Presa de saudade, en el mes de octubre de ese año regresé a mi tierra.

Al igual que la etapa anterior, mi estancia en Santa Coloma había durado tres años y seis meses.

A Santa Coloma llegué con el nombre de Malena. Me gusta oírlo cada vez que lo pronuncian. Lleva la resonancia de las experiencias vividas juntos, del calor y el cariño de los amigos especiales.

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