Per deferencia de l’editorial Carena, publiquem el pròleg de Lluís Tarrason al llibre El Salva, un compromiso de lucha social, escrit per Marcelo López.
Lluís Tarrasón
Sucedería en una espartana alcoba parroquial. Una docena, a lo sumo veinte, nos habíamos reunido con el objetivo de promover alguna acción para exigir que las autoridades nos adecentaran el barrio; nada del otro mundo, lo imprescindible para vivir dignamente, cosas como el agua, los transportes, los médicos, los colegios. Algunos sostenían que una acción exitosa requería una previa depuración ideológica (la famosa praxis, interacción entre teoría y práctica) y, como ya iba resultando frecuente, se trabaron en una controversia exquisita sobre la correcta interpretación de lo que Marx o Lenin habían escrito. Entonces nuestro ámbito estaba poblado de ismos, vivíamos al borde del retruécano: capitalismo, marxismo, leninismo, trostkismo, luxemburguismo, maoísmo, cheguevarismo, etc., que a fuerza de mentarlos nos parecían tan familiares como el barro de las calles. Y por si fuera poco, vivíamos bajo el franquismo que, sin más fundamento que la fuerza bruta, también merecía un ismo, como cataclismo. Nuestros estudiosos compañeros tenían tendencia a emboscarse por loables vericuetos teóricos y a veces se comportaban como unos carneros que se atizan ritualmente, la cornamenta florida de citas eruditas. Lo pasmoso es que el mayor enemigo de la reunión parecía ser el disidente teórico, al que se combatía con más empeño (verbal) que a los responsables de la situación que vivíamos.
En esas pajas estábamos cuando Salva se arrancó con su vozarrón de terruño y dijo lo que dijo: «Somos cuatro gatos, y pasamos las reuniones arañándonos, los cuatro gatos que somos.» Estas palabras que para algunos son una nimiedad, y posiblemente deshonrosas para los exquisitos contendientes, las tengo yo por el mejor concentrado de realismo y sentido común que se habrán pronunciado en Santa Coloma en el contexto de las luchas vecinales. Podrían ser dignas de los estrategos más famosos de la historia, desde Temístocles a Kasparov. ¿Qué otra cosa primordial se esperaba del militar que ganó en Salamina sino una correcta evaluación de las fuerzas? Lo mismo cabe decir del azerbayano que discierne en cada movimiento las fortalezas y las debilidades, propias y ajenas, las más de las veces sutiles e inalcanzables para los comunes mortales. Pues bien, esta observación que Salva dejó caer como un trueno tiene como poco dos virtudes, aparte de que, para descanso de todos, cortocircuitara los excesos verbales de aquel día. Una virtud, la más pintoresca, es que refleja el ambiente desbordado de teoría que acompañaba nuestras jóvenes andanzas, y por lo tanto es un retrato de Santa Coloma, de nosotros y de aquel tiempo. Crítica más terrenal al infantilismo que nos afligía, imposible.
La segunda es que hoy como ayer podríamos aplicarnos la fábula cuando enfrentamos los muchos desafíos que tenemos. Porque es una fábula que podría haber firmado Esopo, es potente, universal, de amplia aplicación, pertinente en múltiples situaciones, personales o colectivas. Al capitalismo, al sistema, a la gran conspiración ¿cómo decirlo?, les han resultado de gran ayuda el fraccionamiento y dilución de la izquierda revolucionaria que aquellas puntillosas diatribas auguraban. De tantas palabras que se dirían en tantísimas reuniones en alcobas eclesiales y descampados estas de Salva, las de los cuatro gatos que se arañan, merecerían pervivir y por eso me propongo servirme de ellas a lo largo de este escrito que más que una presentación (innecesaria, pues todo quisque lo conoce) quisiera ser un homenaje, un reconocimiento.
Sin más demora me gustaría ponderar el exhaustivo trabajo del autor que se plasma en esta biografía de Salva Bolancé que discurre paralela a la historia de Santa Coloma, como era de esperar dada su implicación, si no en todos, porque omnipresente no es aunque lo parezca, en la mayor parte de los acontecimientos llamados populares de nuestra historia reciente. Este es el primer acierto del autor, entretejer la biografía personal con otra biografía mayor, colectiva, la de todos nosotros. Y es que en el caso de Salva una no podría separarse de la otra, hasta tal punto avanzan entrelazadas, inseparables. Dicho de otra manera, nadie que quisiera ahondar en la historia social reciente de nuestra ciudad podría omitir la experiencia Bolancé. Pocos como él habrán estado presentes en las múltiples batallas en las que se ha batido la Santa Coloma «de los follones», como algunos nos conocían. Su presencia, siempre discreta, optimista, positiva, sin aspavientos ni algarabías dialécticas abarca todos los ámbitos de la que hoy se tiene por legendaria lucha, famosa en el mundo entero, la «de los follones», desde el ambulatorio a la Bastida, pasando por la huelga de autobuses, la defensa del Motocross y Can Zam, el Plan Popular, el Ateneo, la PAH y tantos otros acontecimientos a los que no bastaría «cuenta cierta», que decía el poeta. Sin olvidar, fuera del marco de Santa Coloma, la titánica y a su vez exitosa experiencia de Mol Matric, plasmación de la capacidad autogestionadora de la clase obrera.1
La admirable capacidad de Salva para estar en tantos frentes quedará espléndidamente reflejada por Marcelo, que antes de adentrarse en lo contemporáneo nos aporta un curioso, y documentado, viaje a los orígenes remotos de los Bolancé Dugo que, sorpresivamente, nos llevan hasta lo que suena como las antípodas de Córdoba, nada menos que a los Alpes de Heidi y su abuelito, donde sabrá Dios si conocen el salmorejo. ¡Quién iba a decir que ese habla genuino deriva de algún modo de germánicos ancestros!, ¡si un día llegué a imaginar a Séneca regañando al senado con tu peculiar acento, Salva! De la mano de Marcelo conoceremos a continuación los orígenes más inmediatos, el chozo, la colonia, el algodón, el ayuyo, una crónica de la vida ruda y dura en Fuente Carreteros expuesta con naturalidad, sin dramatismos ni épicas exageradas, con un estoicismo que parece innato, por seguir con Séneca. El autor conoce bien al sujeto de su obra y coincide en su desapego por el protagonismo y la vanagloria. La llegada de Salva a Santa Coloma constituirá un punto álgido de la narración, donde se hará más viva la emotividad y el miedo al vacío, al desarraigo. Marcelo se refiere a las primeras jornadas de Salva en Santa Coloma como «días que a lo largo de toda una existencia pueden permanecer siempre en la memoria de las pesadillas». Y da la palabra a Salva: «Estuve 15 o 20 días dando bandazos. Muy desorientado. Subía y bajaba las cuestas como un autómata. Siempre al mismo lugar, no me atrevía a alejarme de la vivienda». En estos momentos cruciales de duda y zozobra Salva podría haber optado por volverse a Fuente Carreteros y la historia sería otra. Parecida, pero otra. Seguramente no existirían, o no existirían de la misma manera, el asociacionismo que derivó de las comisiones de barrio, ni Mol Matric tal como ha sido, ni la fábula de los felinos, tampoco esta amistad que hoy nos reúne a los tres en este libro. ¡Hasta Santa Coloma podría ser otra! Puede que suene a exageración pero piense el lector en el llamado efecto mariposa.2
De esta feliz combinación de la biografía personal con la biografía de la ciudad resultan más virtudes del personaje que me parece conveniente subrayar, más allá de que estén implícitas en el trabajo de Marcelo. Todas podrían estar emparentadas con aquella llamada a poner los pies en el suelo, que se condensa en la anécdota de los mininos, y si no emparentadas al menos serían coherentes con ella. Me refiero a la constancia, rayana en la omnipresencia, al no desfallecimiento, al picar piedra un día sí y otro también, a su carácter conciliador (en el sentido de acercar posturas), cosa que solo es posible con grandes dosis de fe, optimismo y paciencia. Lo de los cuatro gatos que dejó atónitos a algunos y otras expresiones parejas, también su manera de hablar, sin afectación ni untuosidad, su manera de estar, sin las presunciones que agobian a los famosos institucionalizados, incluso su vestimenta, eso que llaman look, conllevaría que algunos compañeros se refirieran a él como «el Tosco», bendito apelativo, pero también señalaría una manera de estar en las movilizaciones sin ser marioneta de modas, tendencias y postureos, sin el amaneramiento de quienes quieren quedar bien con tirios y troyanos. Es sabido que el éxito de las manifestaciones por el ambulatorio concitó que algunos partidos políticos, entonces en la clandestinidad, vieran en Santa Coloma un prometedor caladero de gente dispuesta y luchadora. Es un mérito de Salva, y por supuesto de más gente (Emiliana, Ángel, y perdón por los que mi desmemoria omite), haber contenido la avidez de los partidos políticos y consecuentemente defendido el protagonismo de las comisiones de barrio y sus decisiones asamblearias. Lo que entroncaría con la faceta libertaria de nuestro amigo y aún con otra más amplia, la de la ciudad hecha a sí misma, la que empezó el siglo veinte con la autoconstrucción de casas y calles, luego de parques y colegios, la que todo lo que consiguió después fue a base de batallar, de picar piedra.
Hoy Santa Coloma es muy diferente a la que Salva encontró en 1964, gracias en buena parte al tesón combativo de personas como él. La ciudad ha cambiado tanto que hasta salimos en la Guía Michelin. ¡Quién iba imaginar semejante sofisticación cuando andábamos entre la mierda y el barro! Las nuevas élites incluso proclaman que la ciudad ha entrado en la modernidad, con las estrellas Michelin por supuesto, pero también con la viña del Sabater, el Campus de l’Alimentació y una biblioteca que, para pasmo de propios y extraños, tiene como elemento destacado una cocina entre los libros. Es curioso que esta pretendida modernidad se fundamente casi exclusivamente en esta moda por la gastronomía que parece invadirlo todo, mientras pronto los más jóvenes no sabrán guisar unas lentejas, y lo que es más escandaloso, mientras medio mundo se muere de hambre o pasa grandes penurias. Sin ir más lejos, la moda de la quinoa3 ha conllevado un encarecimiento del producto en sus lugares de origen. Cada vez que un pazguato sale en televisión dándose el pisto de moderno por cocinar una paella con quinoa está sumiendo en la miseria a los andinos que tanto dependen de ella, además de ciscarse en nuestra tradición.3 Está bien que Santa Coloma prospere en todos los ámbitos, admitamos con resignación que empiecen a conocernos por los fogones en lugar de los follones, pero no olvidemos de dónde venimos, las muchas horas de reuniones, las manifestaciones, las octavillas, las pintadas, las detenciones, los palos que recibimos. No olvidemos a los cuatro gatos, las tapias que saltaron, los tejados que merodearon, la sardina que arramblaron, los marramiaus y los zarpazos con las autoridades. Y con los gatos me quiero despedir exprimiéndoles una última moraleja: hay en su formulación una apoteosis de la sencillez, lo más contrario a la sofisticación que nos invade, hoy que todo el mundo se siente exclusivo por gastar tal modelo de teléfono o tales prendas. Hay todo eso, pero también perspicacia, ingenio, agudeza, y volveríamos a Esopo. Para rubricarlo, me han soplado una anécdota que viene ni que pintada, en ella Salva se refiere a un ordenador, o quizá era un teléfono, Apple como «el de la manzana roía», genial ocurrencia que es todo un torpedo a la cursilería, al consumo y la gilipollez. Da risa imaginar el soponcio que experimentaría el célebre Steve Jobs de haber sabido que alguien se refería de manera «tan tosca» a su mimada marca.
Bendito y admirado tosco. Merecías este libro. Marcelo, ya cronista destacado de la ciudad, ha estado atento y ha interpretado la voluntad de muchos, cosa que no le agradeceremos bastante. Ha hecho que el testimonio quedara en las guardianas bibliotecas. Confiemos en que no las quemen. Ni los ultras ni algún cocinero descuidado.
Con mi admiración y afecto. ¡Vivan los cuatro gatos!
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(1) Recomiendo visionar este video a propósito de la experiencia cooperativista de Mol Matric.
(2) El efecto mariposa, muy resumido: un ínfimo acontecimiento como el aleteo de una mariposa, acaecido en un momento dado, podría alterar a largo plazo una secuencia de acontecimientos de inmensa magnitud.
(3) La quinoa tiene unas propiedades nutritivas semejantes al arroz. En cualquier caso la diatriba no es contra los amantes de este alimento, sino contra los que hacen apología pública de modernidad alimenticia. También la he tomado como ejemplo por ser un producto originario de territorios con los que Salva está vinculado.
Foto superior:
Salva en uno de sus varios viajes a los campamentos saharauis en el 2006. A su lado Abba, el niño acogido durante 3 años