Agustina Rico Villoria

Gaspara y Nicolás, mis padres, llegaron al Fondo en 1960 con dos hijos. Yo tenía 4 años y mi hermano, Nico, no llegaba al año. Veníamos de Sants, donde habíamos vivido realquilados en el piso de una familia murciana, de Lorca, que habían venido a Barcelona antes de la guerra. Los sueldos eran muy bajos, los que llegaban a Barcelona eran muchos y la escasez de vivienda era terrible. Barracas, realquilados, pisos compartidos por familias y hasta cuevas eran la realidad de miles de inmigrantes acabados de llegar, sin olvidar los que eran interceptados por la policía y si no contaban con algún arraigo (trabajo, vivienda o familia), eran encarcelados en Montjuïc y muchos devueltos a sus lugares de origen. Para mis padres, llegar a Santa Coloma supuso ir a vivir muy lejos del trabajo de mi padre y de los conocidos que tenían, pero disponer de un piso muy pequeño pero para nosotros solos pesaba más que cualquier inconveniente.

Vivieron cuarenta años en la calle del Reloj. Nicolás trabajaba en la Compañía de Tranvías (que se fueron sustituyendo por autobuses durante los años 60) desde que se vino a los 24 años a Barcelona con unos amigos del pueblo, Monleras, en la provincia de Salamanca. Como los que trabajaban en fábricas y en obras lejanas, los tranviarios se levantaban muy temprano. A las cinco de la mañana ya se veía calle del Reloj abajo una hilera interminable de quienes iban a trabajar. Y desde allí, como desde cualquier extremo de los barrios, había que ir andando, por calles sin asfaltar, barrizales cuando llovía, y casi a oscuras, hasta el centro de Santa Coloma, donde se cogía el SC (después línea 35), que iba a la calle Trafalgar, pasando por Poblenou.

Muchas familias como ellos no tenían a nadie en Santa Coloma, algún compañero de trabajo y algunos paisanos, poquísimos, porque la inmigración castellana era muy escasa. Los vecinos, llegados de aquí y de allá, la mayoría con niños pequeños, se convertían en una especie de familia adquirida a base de convivencia y de echarse una mano en lo que hiciera falta. Eran tiempos de muchas necesidades pero también de puertas abiertas, de criaturas jugando en la calle y mujeres cosiendo en sillitas bajas por la tarde, como en los pueblos.

Gaspara, con un grupo de catequesis (1967-1968)

La parroquia de San Juan Bautista, inaugurada a los pocos años, se llenó de familias como la mía. Nacían muchos niños y niñas, había muchas bodas, muchos seguían la tradición religiosa en que se habían criado. La parroquia era diferente, austera, una nave…, el sacerdote trabajaba…, los sacramentos iban cambiando… Había cosas a las que costaba amoldarse porque eran una ruptura con una tradición todavía muy marcada que se vivía en la parroquia de Santa Rosa, con mossèn Mata, donde muchos de nosotros hicimos la primera comunión. Pero era la parroquia, lugar de misa y lugar de encuentro. Y el mensaje renovador que aportaba Jaume nos atraía a muchos que empezábamos a hacernos mayores y que luego conocimos la JOC. También calaba por su contenido social en gentes como mi padre, menos “de misa” y de tradición familiar que podríamos definir como republicana.

Con el paso de los años, se inauguró el Centro Amigos del Fondo, de donde surgió la Asociación de Vecinos. Tanto en la parroquia como en el Centro, el motor era la dignificación de la persona. Se vivía intensamente el barrio desde el cristianismo de base, desde la acción reivindicativa y también desde la fiesta y la amistad.

Celebración del cincuentenario de la parroquia de Sant Joan Baptista (2017)

Mi madre, Gaspara, fue catequista en los años 60. Siempre recordaba aquellos años del Fondo, de los vecinos de la calle y de la parroquia como una época de lucha por la vida, y de cariño y amistad perdurables. Sus 90 años los celebró también con las amigas del Fondo. Antonijoan, Jaume y Enric siempre han sido muy queridos por ella. El cincuentenario de la parroquia y la fiesta de los 90 años de Jaume fueron momentos de gran felicidad por el reencuentro con tantos “chicos y chicas” de entonces.

Mi padre, Nicolás, mientras pudo físicamente se iba desde Sant Andreu, donde vivieron los últimos años,“ a dar una vuelta por Santa Coloma” y siempre volvía contento porque se había encontrado a uno u otro. Conocía a mucha gente “de todos los colores”. Seguía la política en general, por la que sentía pasión, y también la local. Era feliz leyendo el periódico, aunque se enfadase, y repasando algún libro de su querido Paco Candel. En su corazón siempre hubo un lugar preferente para aquella Asociación de Vecinos del Fondo (recordaba con cariño a la abogada Núria Sastre, que tanto les ayudó) de la que fue uno de los fundadores, y para los vecinos y vecinas con quienes compartieron tanto trabajo y tantas buenas vivencias. Guardaba como algo muy preciado el recuerdo de los primeros años de Grama, a la que nos escribió tantas cartas al director, época en la que también teníamos algún encendido “debate familiar” ya que como padres vivían con inquietud las consecuencias que trajeron algunos trabajos tanto en la revista como en la corresponsalía de prensa. También sentía un gran afecto por quienes conocía de aquel primer ayuntamiento democrático de Santa Coloma, en especial por Lluís Hernàndez –a quien admiraba–, con el que se abrían tantas esperanzas.

Con ellos se va una parte de aquellos años de la segunda capa del barrio, en definició de Eugeni Madueño en las Re(voltes) –El Fondo: un barri de tres capes- . Pero, rememorando a Jorge Manrique, ya que Nicolás y Gaspara eran castellanos, “aunque la vida perdió, dejónos harto consuelo su memoria.”

 

 

 

 

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